El impacto que la ruptura tendrá en nosotros es directamente proporcional a los motivos y formas en las que sucede la separación. Buscar ayuda de profesionales aligera la carga y nos respalda en las acciones que iremos tomando.
Estamos moldeados para vivir en manada. La búsqueda de alguien especial que nos entienda y nos ame, con quien compartir nuestros sueños y esperanzas es algo que llevamos en el ADN. Por ende, las rupturas de lazos afectivos desencadenan circunstancias desconcertantes, sentimos que algo se ha roto dentro de nosotros y en nuestro entorno.
Las crisis psicológicas consiguientes a una separación se caracterizan por generar desarmonía, pérdida del control y alteraciones profundas de nuestra rutina. Nada parece funcionar como antes y la sensación de desorientación aborda todos los aspectos de nuestra vida: el familiar, laboral, social e incluso sexual.
Es como si declaramos la quiebra y debiéramos comenzar desde cero; reorganizando todo lo que somos y conocemos, todo lo que nos ha costado tanto esfuerzo construir. En fin, perdimos algo muy importante y atravesamos por el proceso del duelo.
Las costumbres conocidas desaparecen de la noche a la mañana y debemos desarrollar recursos que nos permitan seguir el camino de nuestras vidas, mientras se recalibra la brújula propia, la de los hijos y de la familia.
Sin embargo, el impacto que la ruptura tendrá en nosotros es directamente proporcional a los motivos y formas en las que sucede la separación. Enamorarse de otra persona, rebelarse contra el maltrato, la pérdida de la confianza, etc, son algunos de los factores que inciden, no solo en la decisión, sino también en la manera de implementarla y aceptarla.
En una gran mayoría de los casos, el primer paso lo da uno de los miembros de la pareja quien, desde una posición activa, asume la transición con conciencia y acción mientras el compañero o compañera solo puede lidiar con la decisión del otro desde una posición pasiva, que a veces puede resultar un poco más dolorosa y cuyo porcentaje de negación es mayor.
La culpa aparece como un alterador de las circunstancias, los reproches, las peleas; la actitud negativa ante lo que sucede enturbia la capacidad de ambos para actuar de manera ecuánime.
Esa capacidad para “aceptar” viene muy ligada al proceso de desprendimiento del otro; un tipo de luto que vivimos como si de la muerte de alguien muy cercano se tratara.
Durante la terapias de pareja que enfrentan procesos de separación suelen observarse los mismos sentimientos que vivimos lo seres humanos ante la defunción de un familiar. Por ende, tenemos que concientizar lo doloroso que nos resulta esta pérdida y afrontar el trabajo que tenemos por delante para desarrollar nuestra nueva independencia; esa que encontramos mediante la creación de espacios que no estén relacionados con la ex-pareja.
Ahora, el escenario cambia cuando hay niños menores involucrados. Así como los adultos sentimos el luto, los niños experimentan la sensación de pérdida atada a la culpa y, como padres, nos vemos obligados a resguardar el equilibrio emocional de nuestros hijos ante un proceso de esta naturaleza. Buscar ayuda de profesionales aligera la carga y nos respalda en las acciones que iremos ejecutando a medida que avanza el proceso, garantizando que cada paso, por muy pequeño que sea, lo demos en pro de desaprender y reaprender, crecer y crear una nueva dinámica que nos ofrezca el terreno seguro para las nuevas experiencias que nos esperan, como individuo y como núcleo familiar.
Las separaciones son dolorosas, sí, pero la idea es que no se conviertan en un corte abrupto y traumático para los involucrados. Si nos sentimos abrumados y sin norte, busquemos la mano de un especialista que colabora en el rediseño de nuestro mapa, lograr salir del laberinto inicial del luto es primordial hasta que nuestra psiquis consiga las herramientas para avanzar.
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