Al mismo tiempo, aparecen los inevitables balances: los logros, los éxitos, los “mal llamados” fracasos (aquellos eventos que no salieron como queríamos se convirtieron en maravillosos aprendizajes) y situaciones que nos hicieron felices, o nos pusieron tristes, las pérdidas de seres queridos y la llegada de un nuevo ser.
Se suele escuchar la frase “todo tiempo pasado fue mejor” e inmediatamente me viene a la memoria la respuesta de un alto ejecutivo de una megacorporación que cuando le preguntaron cuál fue el momento más feliz de su vida, respondió “mañana”.
Indudablemente estamos viviendo una época que corre a un ritmo fugaz: las nuevas tecnologías, la información, el móvil que me lo cambian todas las semanas, la televisión cada vez más grande, la espectacular oferta, todo nos arroja a éste despiadado consumismo, que al decir de Robert Kiyosaki, se convierte en una “carrera de ratas, en donde el “tener” reemplaza al “ser”.
Por eso el festejo, las reuniones, las comidas, los regalos y cenas con la familia está todo muy bien, pero así también deberíamos trabajar en el recogimiento, introspección, meditación, autoanálisis y todas aquellas herramientas y métodos que nos sirvan para un mayor desarrollo de nuestro cuerpo y mente.
Debemos lograr ese maravilloso EQUILIBRIO en donde no nos perdamos arrastrados por el oleaje de la multitud y que sí estemos conscientes en esos momentos del compartir, de entregarnos, disfrutar y a veces perdonar y perdonarnos cuando pensemos que en algunos aspectos “fracasamos”, ya que el fracaso es “no hacer”, quedarnos impávidos ante esta maravilla que es “VIVIR”.
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