Existen diversos tratamientos de la anorexia que se enfocan únicamente en que la persona coma a toda costa. Pero la anorexia no se cura solamente comiendo. La alimentación es uno de los primeros dones significativos que se recibe de los familiares cuidadores, y por ello tiene un enorme valor simbólico. En el ser humano, el alimento no se reduce ni al instinto, ni al hambre propiamente dicho.
Aunque se intente “obligar” a la persona a comer, de ninguna manera, con este procedimiento, se logrará lo más importante: despertar el deseo de comer. Es necesario evaluar cada caso desde su singularidad, sin embargo, podemos recomendar 4 puntos importantes para tener empatía con las personas que están transitando la anorexia:
Tratar de evitar expresarse en términos de “belleza o fealdad”, “delgadez o gordura”, al referirse al estado físico. Es preferible hablar en términos de lo que resulta saludable o
perjudicial/riesgoso para la persona.
Recordemos que las personas que padecen estos cuadros clínicos están acostumbrados al control continuo de su alimentación, por parte de un entorno preocupado. Por esto, suelen reaccionar negativamente a toda acción que entiendan como intrusiva.
Procurar que se sientan incluidos en el tratamiento, siempre resguardando la intimidad de lo que se habla en la sesión con el paciente. Además, trabajar con ellos, invitarlos a que cuenten su historia, resulta valioso para ir construyendo el mito familiar, que está en la base de la constitución subjetiva de quien padece esta problemática.
En estos casos, las interpretaciones clásicas no suelen ser entendidas e incluso son rechazadas. En general, las intervenciones más eficaces son aquellas que apuntan a
que el paciente se sienta escuchado, reconocido, comprendido y las construcciones del profesional -que surgen a partir de lo escuchado.
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