Autor:
Ana Viladomiu Jover
Cuando no sabes hacia donde ir todo asusta. Cuando no escuchas, no oyes, no sientes y todo parece bloqueado a tu alrededor. Cuando no imaginas cómo va a ser tu futuro. Cuando das por perdido todo por lo que has estado luchando. Cuando tu camino termina en un avismo donde la única opción es saltar. Cuando sientes todas tus extremidades inmóviles, mientras todo tu entorno avanza. Cuando no encuentras respuesta a todas esas preguntas que invaden tu cabeza. Cuando te asusta hasta tu propia respiración. Cuando no ves salida. Cuando todo se reduce a la nada. Cuando todo permanece oscuro.
Todo da miedo. Y ese miedo invade tu cuerpo a la velocidad de la luz. Hasta el punto de paralizarnos y no permitirnos imaginar un ápice de luz o construir una mínima esperanza.
El miedo es una emoción básica con la que nos parece imposible luchar. Podemos senitr que no tenemos las capacidades necesarias para hacer frente a esta emoción y, en lugar de eso, nos dejamos llevar y permitimos que sea ese miedo el que gane la partida. Una buena herramienta para entender el funcionamiento de esta emoción y buscar recursos para hacerle frente es sacarla fuera.
Coge papel y lápiz y anota todo eso que sientas a nivel físico (sudoración de manos, palpitaciones, temblores, etc.) pero también aquellos pensamientos que son protagonistas. Intenta entender qué es lo que esa emoción te está intentando comunicar. Y comprende cuál es su funcionamiento y cómo reacciones tu frente a eso. Es importante cambiar la forma en que miramos a nuestro miedo. Tómalo como un aliado; no intentes luchar contra él porque la mayoría de las veces gana. Tener miedo es normal. No intentes correr en dirección contraria a esa sensación.
Aprieta los dientes y afronta. El miedo también puede darnos una nueva oportunidad para cambiar la perspectiva con la que miramos las cosas o para crecer. Toma ese proceso como un desafío y no como una lucha.
No te rindas. Mientras lo intentes, siempre habrá solución.
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