¿Cuántas veces te has dicho a ti mismo/a que el motivo que te estaba haciendo llorar no era lo suficientemente importante? ¿Cuántas veces has considerado la mejor opción reprimir el llanto y no compartirlo? ¿Cuántas veces has evitado llorar por miedo al juicio de los demás?
Vivimos en una sociedad en la que parece que llorar no está permitido. Nos esforzamos en reprimir el llanto, aunque eso nos implique un malestar mayor con tal de no hacerlo visible. Preferimos el picor en los ojos y la dificultad al tragar antes que alguien pueda opinar o juzgar nuestro comportamiento si lloramos. Desde pequeños/as incluso nos han enseñado a cortarlo como consecuencia de algún comentario tipo “Llorar es de débiles”, “Si lloras eres un/a niño/a pequeño/a”, “Ya estás otra vez llorando”, entre muchos otros.
Llorar no te cataloga de mejor o peor persona. Llorar es la forma de expresar y hacer visible una emoción que estás sintiendo que es igual de lícita y está igual de permitida que la alegría, el asco, el enfado, la sorpresa, etc.
Permítete llorar. No te juzgues por hacerlo. No invalides tu malestar ni le comuniques a tu emoción que no es lo suficientemente importante como para ponerla en primera línea. Rodéate de aquellos que te permitan ser el/la que eres y que no se sientan incómodos delante del malestar que puedas estar sintiendo y expresando.
Llorar es una manera de comunicar ciertas cosas que quizás, a través de la palabra, no somos capaces en un momento determinado. Y, por tanto, es igual de importante que la palabra y cualquier otra forma de comunicación. Abraza tu tristeza, sostenla el tiempo que necesites y exprésalo cuando consideres importante. No bloquees esa emoción ni vayas en contra de lo que necesites hacer con ella.
Permítete ser y sentir.
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