Llevo varios días haciéndome esta pregunta, junio ya pasó, el mes en el que todos nos sentimos orgullosos, y cuando digo “todos” me incluyo a mí, una mujer heterosexual, cis,
socialmente hegemónica, que puede salir a la calle sin problemas, sin sentirme intimidada, rechazada, discriminada. Pero me incluyo en el orgullo, en la lucha, pero desde afuera, solo acompañando.
Justamente me pregunto esto, porque hace unos días, irónicamente después de sentirnos “orgullosos” durante todo un mes, en la madrugada del 3 de julio, en la ciudad española de La Coruña ocurrió lo que todas las personas que formamos parte de la lucha del colectivo LGBTQIA+ repudiamos hace años: un crimen de odio. A Samuel lo mataron a golpes al grito de “maricón”, lo dejaron tirado agonizando, y pese a los intentos del personal de salud, no se lo pudo reanimar. Otra muerte impune, otra muerte que no tenía que ser, otra familia destrozada, otro sacudón a la comunidad, otro retroceso social.
Cuando creo que estamos avanzando, cuando las grandes industrias se disfrazan de Rosa o de la bandera multicolor, tenemos el lado B, el odio, el rechazo al deseo ajeno, la imposición de un status quo de la Edad Media. El ser humano se caracteriza por la evolución, por los cambios continuos, pero todavía falta mucho por mejorar, por crecer. Se está viviendo una tóxica relación, una puja entre El Estado, la sociedad y el colectivo, donde el discurso mainstream sobre la diversidad sexual, la libre elección de las personas se ve teñido más bien de capitalismo, de consumo y comercio, donde al grito de “Amor es Amor” con el arcoíris y el glitter, disfrazados de militancia, convierten al mundo en un campo de batalla entre los unos y los “otros” que no están de acuerdo y se resisten al deseo y conductas de los que no son como “ellos”, los que no van con la “regla”.
Pero ese orgullo, esa bandera multicolor, las luchas del colectivo LGBTIQA+ no comenzaron con el deseo de acceder a los mismos lugares y derechos que las heterosexualidades, más bien se dieron como un grito contra las políticas de discriminación, aislamiento y exterminio hacia la comunidad, los travesticidios y transfeminicidios, los crímenes de odio como mencione anteriormente. Porque no solo se carece de derechos, de acceso a la salud, de reconocimiento como tal, se carece de información, de EMPATÍA, de permitir ser a la otra persona sin emitir ningún tipo de opinión ni mucho menos de juicio, de acompañar el proceso sin invadir, porque al fin y al cabo, el camino lo hace cada individuo a su manera. Porque, después de todo, ¿Quién soy yo para decirte cómo debes vestir, ser o con quién debes salir para ser feliz?
Principalmente nos falta educación, valores, venimos arrastrando un sistema de creencias basado en la idiosincrasia de la familia tradicional, de la ausencia de deseos de la mujer, de los roles bien marcados según el género asignado socialmente al nacer. Todo esto nos estanca, crecemos con miles de limitaciones que nos impiden avanzar hacia nuestros deseos, porque “el qué dirán” es más fuerte que “lo que realmente me hace feliz”. Y así vamos por la vida, con miedo, con vergüenza, con ira, señalando al otro y entrando en la cantaleta de “yo estoy de este lado sano de la sociedad y tú eres un enfermo, tú tienes problema.”
La realidad nos dice que luego del mes del Orgullo todavía queda mucho por hacer, todavía queda trabajo para que la sociedad despierte y entienda que la violencia no es la respuesta, que señalar al otro nos destruye como humanidad, y la principal labor comienza por uno mismo, comienza por casa, sin importar tus deseos y aspiraciones, porque en definitiva te pertenecen a ti y eso te hace único. Que se conquistaron derechos, está claro, pero esto recién empieza, y con recordarlo un mes al año no alcanza.
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