Desde muy pequeño, al hombre se le va indicando cómo debe comportarse al ser mayor. Este va construyendo sobre la base de lo que debe ser, se crea un cascarón en donde define su comportamiento, sin eludir los patrones que le han inculcado; le guste o no, es el que le han enseñado a asumir.
Lo que se ha decidido llamar masculinidad es la toxicidad, algo que se encuentra fuera de duda. El gran desafío es, quizás, poder reconocer que podemos tener algún defecto de "fábrica", reconocer que estamos hechos de "vestigios de otro tiempo" y comenzar de nuevo.
Para el hombre transcurren tiempos inciertos. Con el transcurrir de la lucha por el feminismo, se han ido abriendo puertas y ocupando nuevos espacios. Algunos hombres quedan a la deriva, sin poder definirse realmente, en un desmontaje que no se hace esperar.
Existen los hombres que se niegan a dar marcha atrás. Proliferan, entre muchos otros, que no encuentran asideros para iniciar el derribo, y plantearse lo que realmente son.
El hombre blanco, heterosexual, de clase media y educación universitaria, se ha curtido en el "no hay huevos", en la competencia con el otro y en la falta de empatía. El auge del feminismo y el creciente empoderamiento de sus mujeres, madres y hermanas, les ha conducido a un íntimo cuestionamiento que se da de bruces con aquello que creían ser. Urge un nuevo modelo de masculinidad, de eso no hay duda, pero... ¿Cuál? ¿Por dónde empezar?
La masculinidad tóxica se cree que es la semilla y germen del machismo y ocasiona muchos problemas a algunos hombres, como la violencia, la competitividad, la competitividad o la pornografía. Este planteamiento puede ser de utilidad para que se produzca una revisión profunda del concepto actual de masculinidad.
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