El sentimiento de culpa es una emoción negativa, necesaria para la supervivencia humana y adaptación al medio que, si no se gestiona adecuadamente, puede convertirse en tóxica. Como todas las emociones, es propia del ser humano. No es una emoción innata, como lo es la alegría, sino que se va adquiriendo a medida que crecemos y nos desarrollamos.
Desde la infancia experimentamos esta emoción, cuando sentimos que hemos hecho o dicho algo que rompe la norma social o familiar, cuando comenzamos a entender los conceptos de moralidad y ética.
La culpa está relacionada con la empatía, dado que si somos capaces de ponernos en la piel de los demás, seremos capaces de experimentar este sentimiento de culpa, tomar consciencia del daño que hemos hecho y gestionarlo para conseguir que esta emoción se convierta en un aprendizaje positivo y socialmente adaptativo.
La culpa sirve para adaptarnos socialmente y regular nuestro desajuste del comportamiento. Además, el sentimiento de culpa constituye un elemento para nuestra supervivencia y fortalece nuestro autocontrol emocional y conductual. Este sentimiento de culpa positivo y regulador, corresponde a una culpabilidad sana. Aquella culpa que refleja la objetividad. Es decir, nos sentimos culpables porque hemos obrado mal, somos conscientes del hecho y de las consecuencias. En este caso, la culpa cumple con su función.
Hay otro sentido de la culpabilidad que limita el crecimiento personal y la adaptación al medio. Hablamos de la culpa subjetiva o culpabilidad tóxica. Se manifiesta cuando tenemos sentimientos de culpa por algo que no hemos hecho. Nos autoinculpamos sin ninguna razón aparente. Esta culpa afecta la autoestima y crea miedos e inseguridades, que afectan a nuestras relaciones sociales. Esta culpa tóxica y su correcta gestión emocional es la que se debe trabajar para conseguir convertirla en una culpa sana, socialmente adaptativa.
¿Cómo gestionar la culpa tóxica?
Para gestionar esta culpa tóxica y hacerla socialmente más adaptativa, podemos empezar por un cambio de pensamiento, hablar de responsabilidad en vez de culpabilidad; al sustituir la palabra culpa por la palabra responsabilidad, estamos gestionando esta emoción, haciéndola más adaptativa, menos tóxica. Si pensamos en que somos responsables pero no culpables de lo que hacemos y decimos, podremos conseguir una buena gestión de esta emoción y pensamiento más positivo y adaptativo.
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