Todas las emociones sirven para preservar la vida y ayudar a adaptarnos al medio, afrontar amenazas y cambios y es positiva mientras sirva a este objetivo, si es adecuada al estímulo y no produce daño. Pero también hay que tener en cuenta que su expresión desbordada puede ser negativa.
Nos sirve la emoción de tristeza cuando perdemos algo o se tiene un fracaso, para despedirnos de los que mueren o se alejan, aliviar el dolor, pedir y recibir consuelo para continuar adelante. Igualmente, para aislarnos del exterior, bajar nivel de energía y reflexionar.
Una prolongación de tristeza puede convertirse en depresión, una enfermedad muy invalidante.
Nos sirve la emoción de miedo para ser precavidos y cautelosos ante situaciones desconocidas o potencialmente peligrosas. Igualmente, nos pone alertas ante las amenazas, agudizando nuestros sentidos, bombeando sangre a los músculos, modificando la respiración, el sistema cardiovascular y endocrino.
En el caso del miedo intenso, la persona puede llegar a paralizarse, aislarse de actuar y tener contacto con otros. Muchos tipos de estímulos producen miedo, desde el temor a equivocarse por experiencias pasadas, al que produce las fobias hacia objetos o situaciones que normalmente no causan miedo a otras personas y que pueden llegar a invalidar. Es uno de los síntomas básicos de la angustia y varios trastornos psicopatológicos, produciendo mucho sufrimiento.
Nos sirve la emoción de la ira para protegernos y defendernos a nosotros y a nuestros allegados ante las amenazas externas, los enemigos; para poner límites, enfrentarnos al peligro y luchar, cazar o ir a la guerra, competir, rescatar lo que necesitamos o para que los seres cercanos, comunidad o uno mismo sobreviva.
Es también la ira la que nos hace gritar, descargarnos, agredir, violentar o desaparecer a otros. En estos casos, no nos sirve la emoción de la ira, sino que produce daño, generando mucho estrés, exceso de hormonas y neuroquímicos, además de patrones inadecuados de adaptación.
La alegría todos la deseamos sentir, nos produce placer y mejor calidad de vida, optimiza nuestra salud, bienestar subjetivo y resiliencia psicológica, favoreciendo el logro de las metas. Nos relaja, baja niveles de ansiedad, uniéndonos a otras personas, aumentando la creatividad, el razonamiento eficiente y el aprendizaje significativo, ampliando el repertorio de pensamientos y acciones. Su función de recompensa exitosa induce a repetir las acciones que nos llevaron a producirla.
Las emociones no deben descontrolarte, porque puedes enfermar si no aprendes a lidiar con ellas efectivamente.
Puedo ayudarte en mi consulta como psicólogo clínico de Psonríe, para aprender a modular la expresión de tus emociones y atenuar sus efectos perturbadores.
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