Autor:
Ana Viladomiu Jover
¿Cuántas veces has dudado en estar en un lugar diferente? ¿Cuántas veces has preferido lo conocido a cualquier otra cosa? ¿Cuántas veces te ha hecho miedo caminar en dirección contraria?
Sentimos nuestra zona de confort como un espacio seguro y salir de ahí nos resulta muy complicado y nos asusta. En esta zona nos sentimos protegidos y es por eso que nos cuesta tanto salir. Su función es darnos la oportunidad de recargar pilas, descansar, no estar en alerta y focalizar nuestra atención únicamente en cubrir nuestras necesidades.
A veces algo nos empuja a irnos a otro lugar, pero me estoy quedando aquí. Justamente por el miedo que nos implica desvincularnos de lo conocido y asumir ciertos riesgos. Muchas veces confiamos poco en nuestra capacidad de adaptarnos a nuevos espacios, afrontar situaciones desconocidas y diferentes para nosotros. Cuando el cambio es drástico acostumbramos a conectar con una sensación de pánico e inseguridad muy intenso. Ir poco a poco implica ver cuáles son los recursos que voy necesitando para alejarme de mi zona de confort y qué tipo de miedos soy capaz de ir afrontando.
Salir de la zona de confort implica asumir unos riesgos. Solo la persona que está planteándose ese cambio sabrá si vale la pena correr esos riesgos. Lo importante es hacerlo a nuestro propio ritmo. Muchas veces salir de la zona de confort parece que deba ser como un salto al vacío.
Date tu tiempo, sé paciente. Es importante que te des el tiempo de alejarte de estímulos que ya conoces para ir adaptando y acomodando nuevas situaciones y experiencias.
Siempre podemos revertir la situación y volver a nuestra zona de confort anterior. Cuando el primer paso que doy en esa dirección no me ofrece ni me da lo que necesito y lo que me provoca es un malestar que se prolonga en el tiempo y siento que no tengo los recursos suficientes puedo dar dos pasos atrás y comprobar como me siento en el lugar que ocupo o volver al punto de inicio si fuera necesario.
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