Autor:
Ana Viladomiu Jover
Es importante intentar hacer las cosas lo mejor que uno sabe o puede. Pero igual de importante es conocer dónde está nuestro límite y qué es lo que somos capaces de hacer.
¿Cuántas veces nos hemos dicho a nosotros mismos algo parecido a esto?
“Tengo que hacerlo perfecto”, “El otro lo ha hecho mejor”, “Esto que he hecho no está del todo bien”, “Podría hacerlo mucho mejor”.
Intentar hacer las cosas rozando la perfección y sentir que no llegamos o no podemos, provoca en nosotros una sensación de frustración, rabia, tristeza o culpa que puede llegar a bloquearnos hasta el punto de hacernos creer que todo lo que hacemos está mal o que no somos capaces de llegar al nivel óptimo que se espera o desea.
Es necesario poder entender cómo ha aparecido esta creencia en nosotros mismos y cómo la hemos hecho nuestra. Explorar en qué momento aparece ese pensamiento y cómo nos acompaña en todo eso que realizamos. Intentar entender eso, nos ayudará a evitar sentirnos tristes, frustrados o culpables cuando no lleguemos a ese punto de exigencia al que nos gustaría llegar. Y posiblemente también nos ayudará a reducir ese nivel de autoexigencia y marcar en un nivel inferior el punto de lo que consideramos algo correcto.
Una forma interesante de poner a prueba cualquier pensamiento del tipo “Si no lo hago perfecto habrá consecuencias graves” es empezar a realizar aquello que hacemos con niveles de perfeccionismo menores. Aunque, en un principio creáis que sois incapaces, conseguirlo os permitirá ser conscientes de que no ocurre nada de todo eso malo que pensáis que hay detrás de no realizar algo perfectamente. Comprobaréis que la perfección no existe y que lo importante es hacer las cosas de la mejor manera que podemos. Conociendo cuál es nuestro límite a la perfección y sin culparnos cuando aquel que tenemos a nuestro lado supera el nuestro.
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