Una frase muy recurrente es “Yo ya no espero nada de nadie”. Si nos paramos a pensar en ella, la realidad es que Si tenemos una expectativa: esperamos algo malo. El “ya” nos recuerda que en algún momento sí esperábamos algo y nos decepcionamos, resultamos heridos.
Piensa mal y acertaras. Se dice. No es necesario ser ingenuos, no hace falta esperar que todo lo bueno nos va a pasar y que nada malo nos puede ocurrir, esto tampoco es cierto. El problema reside en que pensar todo lo contrario nos hace entrar en un bucle negativo, que nos frena, nos provoca más miedo, frustración, no nos deja ser libres. Todo es blanco o negro, sin dejar espacio para los grises ni todo el resto de colores. En este caso, estamos siempre en guardia, no somos nosotros mismos, ponemos una coraza para que nada pueda alcanzarnos. Pero ¿Qué protegemos?
También podemos ver la otra cara de la moneda. Si ya nos ha pasado antes, sabemos que estamos preparados. Hemos seguido adelante y sabemos cómo responder; hemos aprendido, hemos crecido y tenemos los recursos necesarios. Y es así como entrenamos nuestra resiliencia, la capacidad de no rompernos cuando nos enfrentarnos a situación adversas, situaciones de estrés y condiciones extremas.
No necesitas esa coraza inflexible y dura, porque tú, como eres y con tus experiencias, tienes la capacidad de enfrentar los retos que se presenten. Estamos hechos para eso, y seguimos mejorando, aunque demos pasos atrás en ocasiones.
Esa coraza que tanto nos ha costado formar no sólo evita que entre lo que nos hace daño, también lo que nos puede hacer mucho bien, darnos alegrías y aprendizajes nuevos. Limita nuestro crecimiento. Liberarse de esa coraza, poco a poco, hacerla más pequeña, más adaptable a las situaciones de cada momento. Permítete mirar por encima y observar a tu supuesto enemigo, porque él tiene mucho más para enseñarte que tu propio escudo.
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