La desesperanza, por su parte, es la percepción de una imposibilidad de logro, la idea de que no hay nada que hacer, ni ahora, ni nunca, lo que plantea una resignación forzada. Sucede cuando la persona no puede controlar la situación amenazante y ha estado expuesta a estímulos aversivos que no puedo controlar. Es una variable muy común en comportamiento de masas o grupo de personas que ha atravesado algún evento traumático, crisis o enfermedades (Por ejemplo actualmente el Covid-19) por un periodo de tiempo. Y esto genera una predisposición en el pensamiento frente a la adversidad.
Generalmente hay un sentimiento de desconsuelo, pesimismo, o pensamientos dicotómicos como “Jamás se va a curar” “Todo está mal” “Siempre me juzgan” “Nada va a mejorar” “Nunca volveré a tener dinero”, “Ya no hay nada que hacer”, “Todos nos vamos a enfermar”, entre otros.
También puede haber dificultad para ver alternativas de soluciones, perdida del significado de la vida, falta de motivación al trabajar o para disfrutar distracciones o salidas con amigos y familia.
Si la persona no controla estos pensamientos o identifica su actitud desesperanzadora, puede desarrollar depresión, aislamiento, renuncia al trabajo, actitudes suicidas, temor al futuro o ansiedad.
Superar la desesperanza aprendida:
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