Autor:
Ana Viladomiu Jover
Desde pequeños nos enseñan a no mostrar las emociones negativas.
Las emociones tienen infinidad de funciones, están ahí presentes porque cumplen con una misión y sirven para algo.
Además de guiarnos y dar sentido a lo que sucede, permiten que nos entendamos a nosotros mismos. Nos ayudan a comunicarnos entre nosotros y nos permiten empatizar con lo que el resto del mundo trata de contarnos.
Las emociones también son una poderosa fuente de información. Cuando comunicamos lo que sentimos, estamos dando la oportunidad a nuestro entorno de conocer cuál es nuestra situación y predecir cuáles pueden ser nuestras conductas en un momento dado.
Sabemos que las emociones son adaptativas y debemos otorgarles el protagonismo que merecen. Anularlas y tratar de ignorarlas no nos va a permitir conocer qué es lo que tratan de decirnos.
Recuerda que, cuanto menos caso le hagas, con mayor intensidad aparecerán.
Si bien es cierto que es bueno que comuniquemos aquello que sentimos y demos protagonismo a la emoción que nos predomina, la mayoría de las veces encontrar la manera de expresar aquello que nos invade de la manera más adecuada es lo que más cuesta. Acostumbramos a hacerlo cuando la emoción adquiere una intensidad tan elevada, una intensidad que es muy complicado controlar y que termina invalidando nuestro mensaje.
Enfoquemos nuestro trabajo en conocer cómo dar voz a aquello que sentimos, otorgando el valor que merece y sin olvidar cuáles son nuestras necesidades. Existen infinidad de recursos y herramientas que nos permitan conseguirlo, es cuestión de que cada uno encuentre el que mejor se adapta a uno mismo.
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