El sueño es un estado de relajación muscular (atonía), en el que somos menos sensibles a la realidad que nos rodea.
Cuando estamos dormidos, el cerebro trabaja de forma automática para controlar los parámetros fisiológicos de nuestro organismo (ritmo cardíaco, ritmo respiratorio…). El cerebro no duerme totalmente, se encuentra en cierto estado de alerta, e incluso pueden llegar a él ciertas estimulaciones sensoriales auditivas u olfativas (como por ejemplo, el despertador, madre y lloro del hijo…). Por lo tanto, el cerebro nunca descansa, sólo se ‘recarga’. Durante el sueño el cerebro permanece activo y sigue controlando muchas funciones del cuerpo incluyendo la respiración.
El sueño es una necesidad de la vida, tan imprescindible para nuestra salud como el aire, el agua o la comida. Cuando se duerme bien, nos despertamos frescos, despejados y preparados para afrontar un nuevo día. Pero cuando no dormimos bien durante mucho tiempo, cada aspecto de nuestra vida puede verse alterado.
Gracias al electroencefalógrafo (EEG), herramienta que registra y permite estudiar la actividad eléctrica del cerebro, se descubrió que el sueño está compuesto de dos fases:
La mayoría de las personas experimentan de 3-5 intervalos de sueño REM cada noche; los primeros intervalos de sueño REM son relativamente cortos y muy profundos, los siguientes intervalos REM son más largos pero menos profundos.
Ambos períodos del sueño se van alternando a lo largo de la noche, disminuyendo progresivamente la duración de los NO-REM y aumentando la de los REM. Por eso solemos recordar lo que soñamos, ya que lo hacemos en el periodo REM (es el periodo más largo y se produce antes de despertarnos).
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