Autor:
Ana Viladomiu Jover
Nos han enseñado a creer que fingir nuestro bienestar o evitar hablar de lo que sentimos y pensamos nos permitirá continuar adelante. Hemos creído que compartir con alguien que nos acompaña y forma parte de nuestro entorno más próximo todo lo que forma parte de nuestro interior a nivel emocional y racional, hará que se canse de nosotros o que no quiera volver a escucharnos.
Hablar de lo que nos preocupa es importante. Poner palabras a lo que sentimos y compartirlo nos permite sacarlo fuera y evitamos que permanezca en nuestro interior ganando protagonismo.
Permitir que esa preocupación continúe activa y funcionando provocará que ocupe la mayor parte de nuestro tiempo, que crezca en nuestra imaginación y nos genere mayor sufrimiento.
Somos como una olla que vamos llenando de pensamientos de todo tipo, vivencias y emociones, una olla que si no se vacía o no encuentra la manera de hacerlo puede explotar de manera que no nos sintamos cómodos ni orgullosos.
Hablar de nuestras preocupaciones y problemas es lo que nos va a ayudar a poner el foco, otorgarles la importancia que tienen y descubrir qué son en realidad. Hablando damos estructura a lo que nos ocurre, analizamos lo que puede estar generando esa preocupación y comprendemos qué la está manteniendo en funcionamiento. Hablando podemos incluso cuestionar la veracidad de aquellos pensamientos que aparecen en nuestra cabeza ganando mucho protagonismo.
Podemos “vaciar” de muchas maneras (mediante la escritura, la comunicación verbal, el ejercicio, la música, el arte, etc.) pero lo importante es que cada uno encuentre la forma que más le sirve y con la que se sienta más cómodo.
Ordenar nuestra mente y conceder a cada cosa la importancia que se merece puede ayudarnos a descubrir que aquello que parecía lo más grande, se convierte en lo más pequeño.
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