No temamos a nuestras emociones, son adaptativas y necesarias y si aprendemos a gestionarlas, sabremos expresarlas y controlarlas de forma adecuada, entendiendo lo que sentimos y lo que otros sienten.
Este aprendizaje puede realizarse y es adecuado que se haga, desde edades muy tempranas, ya que proporcionará el soporte necesario para el desarrollo de la Inteligencia Emocional, siendo esta “La capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos, así como los ajenos, de motivarnos y de saber manejar las emociones”.(Goleman).
Mindfulness es prestar atención de manera consciente a lo que sucede en nuestro presente. Es querer comprender lo que ocurre, desde una actitud abierta y amable, sin juzgar las emociones o los pensamientos que puedan aparecer en ese momento.
Entre las técnicas que podemos emplear con los niños/as destacamos:
El niño/a cuando está enfadado/a, necesita que estemos presentes y calmados. A través de ello, le ayudaremos a comprender, entender y canalizar su emoción y basándonos en Mindfulness, aprendará a percibir que le sucede y por qué.
De esta manera, verá que somos receptivos a su emoción y que podemos ayudarle a tranquilizarse ya que nosotros estamos tranquilos. Parece una actitud sencilla, pero se vuelve complicada cuando vivimos un momento de tensión.
Cuando un niño/a se muestra enfadado/a, esa emoción suele dominar su mente y pensar con claridad se vuelve una tarea muy complicada y difícil. Es habitual, que les traslademos, en ese momento, expresiones como: “Tranquilízate, habla más despacio, no te entiendo”, “si no te calmas, vas a estar castigado/a” o “hasta que no te tranquilices, no voy a hacerte caso”, para intentar manejar su enfado.
Puede que a corto plazo esto sea eficaz, pero no le estamos ayudando a que entienda qué le sucede y qué puede hacer. Dejará de estar enfado/a pero solo por el miedo al castigo o la retirada de atención, no porque haya aprendido a gestionarlo.
Por todo ello, una alternativa que puede ayudarle a calmarse, es crear un espacio emocional donde pueda buscar esa tranquilidad perdida, enseñándole un lugar donde se sienta seguro/a y a salvo. ¿Cómo hacerlo?
Es fundamental que las primeras veces en las que aparece su enfado, le acompañemos allí y permanezcamos a su lado. Puede ocurrir que no quiera ir, si así fuera, podemos ir cuando esté más tranquilo/a y hablar allí de lo sucedido. Posteriormente, cuando tenga instaurado el hábito irá solo/a a ese lugar, cuando necesite calmarse y/o hablar, será su refugio personal.
Por ello no ha de ser usado como un castigo, ni obligar al niño/a a que vaya a él, debe ser atractivo y resolutivo a sus ojos, aunque quizá esto pueda llevarle un tiempo.
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