Autor:
Esther Ayuste
Nuestros pensamientos, nuestras emociones, cambian constantemente y se alteran según la situación que estamos viviendo en este momento, el contexto en el que estamos, las personas con las que nos estamos relacionando y cualquier factor interno o externo que podamos imaginar. A veces, aparecen repetidamente, y parecen no querer dejarnos tranquilos.
Están tan presentes que es normal que en ocasiones actuemos influenciados por esas emociones y esos pensamientos. Pero, ¿Es eso lo mejor para nosotros?
Con que facilidad nos castigamos, nos criticamos, adivinamos un supuesto futuro catastrófico, nos recreamos en el pasado, en lo que hicimos y en lo que no hicimos. La realidad es que tú no eres lo que estás pensando en este momento. Cuantas veces pensamos cosas como “soy un fracasado”, “soy un desastre”, “soy mala”, “soy incapaz”… Esto no significa que yo sea todas estas afirmaciones, igual que sentirme triste no me hace una persona triste. Creerme todo lo que pasa por mi cabeza le da un poder a ese pensamiento o a esa emoción que me aleja de lo que realmente quiero para mí mismo, de mis objetivos.
Nuestros valores, no simplemente los que nos inculcan en nuestra sociedad y la cultura, sino aquellos que sentimos nuestros, que nos inspiran a ser mejores y que marcan nuestro camino. En ellos tenemos que basar lo que hacemos, nuestras decisiones y acciones. Porque eso es lo que nos define y no una emoción o un pensamiento. Estos aparecen y pueden doler, alterarme... pero no tienen por qué controlar mi vida.
Nosotros podemos decidir cómo actuamos, como respondemos a lo que nos viene desde fuera y también desde dentro. Focalizarnos en aquello que si podemos hacer, en aquellas acciones que nos permitan dar un paso adelante. Aceptarnos, con nuestros pensamientos y emociones, sin quedarnos anclados a ellos.
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