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¿Te suena esto familiar?: Vas por la calle, una persona te empuja y te disculpas tú. Te disculpas cada vez que tienes que pedir un favor, o que pides información para hacer tu trabajo.
Disculparse cuando realmente hemos hecho algo mal es una virtud, sin embargo, hay personas que tienen una reacción casi refleja de disculparse, incluso cuando lo que ha pasado no es culpa suya.
Esta reacción suele ser aprendida en la infancia, y es más frecuente en mujeres. A menudo nos transmiten valores de ser educados, ante todo. Nos socializan en que ser amables se traduce en ser más aceptados. Y aunque esto no es negativo en sí mismo, disculparnos de forma excesiva nos termina perjudicando.
Estudios como este han visto que el pedir perdón sí favorece conductas de perdón de los demás, pero no sentimientos de perdón. Es bueno tener en cuenta que pedir perdón y que el otro diga que te perdona no implica necesariamente que realmente sienta que te ha perdonado.
Pedir perdón por todo suele tener origen en la evitación de conflicto, y en la necesidad de ser aceptados y gustados. También es una forma de dirigir hacia nosotros la responsabilidad de lo que ocurre a nuestro alrededor, haya sido o no nuestra culpa.
Es posible que tengamos la creencia inconsciente de que nuestros derechos, deseos y necesidades son menos importantes que los de los demás. Que realmente no tenemos el derecho de pedir lo que pedimos o de hacer lo que hacemos.
Por ello, afecta negativamente a nuestra autoestima. Esta actitud puede transmitir la idea (a nosotros y a los demás) de que prácticamente pedimos perdón por existir, dejando de reclamar un espacio que también nos pertenece y de defender nuestros derechos.
También es una forma de depender de la validación externa, ya que al pedir perdón estamos esperando que la otra persona diga: “Oh, no te preocupes, no pasa nada”.
Queremos ayudarte a mejorar tu autoestima. Si nos aportas más información sobre tu situación podremos entender mejor qué la provoca:
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