Autor:
Loreany Carpio Armas
Muchas de las consultas que se ven en terapia de adulto son sobre inseguridad o problemas de autoestima.
Gran parte de estos problemas tienen su origen en la infancia, donde el establecimiento de la personalidad, la cual forma su base hasta los 7 años de edad, tuvo quiebres significativos ya sea por parte de los padres, al crearle al niño un exceso de dependencia o protección o el caso contrario, falta de atención, necesidades no satisfechas o una autonomía afectada. Estos dos opuestos se conocen como frustraciones eugénicas y patogénicas.
Las frustraciones eugénicas se consideran como las frustraciones esperadas o correctas. Estas le permiten al niño incorporar elementos para un sano desarrollo y adelantos fundamentales para el proceso de maduración. Son limitaciones positivas que impulsan al individuo a generar y descubrir potencialidades de tipo social e intelectual, capaces de desarrollar el lidiador racional que hay en cada uno de nosotros, satisfaciendo sus necesidades de autoestima y el ser considerado positivamente por los demás.
Las frustraciones patogénicas se consideran como aquellas que generan una limitación, un atraso, que impide el normal y sano desarrollo obstaculizando las capacidades del individuo en las esferas de funcionamiento social e intelectual. Mientras más grave y más tempranamente se susciten en la vida del individuo, mayor incidencia en el desarrollo de la personalidad y la posible aparición de trastornos.
Un niño puede desarrollar un bajo concepto de sí mismo, disminución de capacidades autónomas y la seguridad propia para afrontar el mundo, si los padres no permiten frustraciones esperadas y correctas. Una forma práctica son los padres inseguros que proyectan esto al proteger demasiado al infante, suplir necesidades inmediatas como caprichos o con actitud sobreprotectora, limitando su exploración correcta del mundo y sociedad.
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